dissabte, 25 de maig del 2013

VOX POPULI

VOX fue una revista de música de efímera presencia, promovida como publicación mensual "seria" de calidad por el equipo del NME,  allá por los mediados de los 90. De apariencia lujosa y buena calidad de papel, duró unos dos o tres años y representó una especie de alternativa a la conservadora Qmagazine, que en aquel momento se negaba a escorarse hacia la música de vanguardia y seguía encerrada en el reducto pop-rock de influencia casi exclusivamente anglosajona. VOX imprimió un estilo más ecléctico, dentro de una tendencia de reconocimiento de los grandes iconos (en términos de ventas), VOX intentó combinar la presencia de los artistas de masas con aire alternativo (REM, The Cure...) con un mayor grado de atención a nuevas tendencias. Una idea magnífica pero que no acabó de cuajar: la polarización reinaba y la gente no quería revistas que hablasen de una manera tan genérica, existiendo la posibilidad de optar por las publicaciones especializadas, Vox se situó en ese inhóspito terreno del aprendizdetodomaestrodenada y acabó siendo un fracaso. Los puristas del rock-pop ya tenían Qmagazine y las nuevas tendencias ya empezaban a apuntarse tantos editoriales: Muzik, Mixmag, Jockey Slut. Hablamos, casi exclusivamente, de cadáveres.

Hoy todo el mundo le conoce como Bono, pero Bono fue, cuando U2 todavia era una banda emergente y nerviosa (por oposición a la tranquilidad actual que les generan sus cuantiosos ingresos) Bono VOX. Y lo de ponerse un apellido en un mote es una actitud proto-punk. O eso quiero pensar. Los pseudónimos únicos, como Prince, tienden al mesianismo, pero un pseudónimo combinado es, casi, un alter-ego, cuando no una impersonación. Pues bien, Bono, era Bono VOX, como existía Steve Strange, Howard Devoto, Sid Vicious o Dee Dee Ramone. Cuando triunfó, la partícula cayó. En el olvido, en la papelera, en el pozo negro. Pero Bono ya era otra cosa: Bono podía poner voz en un apestoso disco de música religiosa disfrazada de rock ampuloso llamado The Joshua Tree. Bono VOX hubiera pasado del tema. Ya os lo digo yo.

La voz: Björk, antes de enfermar de la enfermedad del ego musical consistente en pensar que tus hardcore-fans adquirirán hasta una demo que hayas grabado en el WC de tu casa tras combinar Baileys con agua tónica; antes de enfermar de la enfermedad consistente en pensar que los huesos de ballena huecos pueden soplarse esperando que la divina providencia los convierta en material sonoro vendible. Antes, acabo, de enfermar pensando que cada nuevo novio añadido a la lista era un partner codiciado y adecuado para sus ensoñaciones discográficas, Björk le pidió a Mark Bell, componente de LFO y productor de Homogenic, su tercer disco, que el disco se produjera de la siguiente manera: percusiones en un canal, cuerdas en otro, su voz en medio. Simple, preciso: hostia Mark, para qué hacerle caso a los de la compañía, o quien fuera que consideró ese planteamiento como hostil (¿proviene la palabra hostil de la misma raíz que "hostia"?) hacia el oyente, o como suicidio comercial, o como técnicamente demasiado aguerrido, y optó por algo más convencional.


La voz de Björk, peculiar como pocas, era capaz de hacer suya cualquier canción, le imprimía un sello tan personal que, pasado el efecto fascinador de la sorpresa, la gente no tardó en amarla u odiarla. Pero supo combinar vocales con música de vanguardia y salir triunfante en un número apreciable de intentos.
Pero resulta que no siempre es así. Sabréis lo de mi página en About.com. No sabréis lo que cuesta encontrar música electrónica decente hoy en día. Me refiero: discos que sobrevivan a escuchas exhaustivas tras las cuales sientas que quieres volver a oírlos, la semana que viene y el mes que viene, y puede que de aquí unos años cuando otros discos se hayan depositado sobre ellos. Y uno de mis obstáculos más frecuentes es la obsesión de los artistas por intercalar vocales. Por transmitir mensajes inteligibles entre sonidos abstractos. No voy a negar a nadie la posibilidad de expresarse a través de un texto (ni entro a saber qué carambainas quieren decirme en esos mensajes), pero, en la mayoría de los casos, y con muy escasas excepciones (James Blake sería una clarísima), en los discos electrónicos, las voces son una absurda molestia. No porque yo sea un integrista de la deshumanización. No es eso: pero el trasvase de estructura pop no siempre funciona, y donde el pop suele necesitar un mensaje, la electrónica no es que no lo necesite: es que lo rechaza directamente.Tantos discos, tantos, a los que me gustaría cortarle esa pista vocal y dejar a la intemperie, hasta que se desecaran y fueran un esqueleto congelado, una cabeza de ganado a la intemperie desértica, donde solo los iluminados somos capaces de ver si hay algo debajo o es todo superficie. Y me veo obligado a presentar un ejemplo sonrojante, una especie de penitencia incluida en el pecado, para que veáis lo mal que lo paso, a veces, y cuan generoso (magnánimo, mejor) soy, de no adjuntar una cuenta de PayPal (no tengo Paypal, pero tengo microondas) para que donéis algo que haga paliar mi sufrimiento.


Obviamente, una basura absoluta. Con la tecnología adecuada, ver estos vídeos hará que el PC apeste, algún día. No pierdo la esperanza.

2 comentaris:

  1. Coincido en tus opiniones sobre Bjork. A Bjork se le cae una bolsa de canicas en el parqué y se cree que ha inventado un instrumento musical.

    En cuanto a las voces en la música electrónica, es cierto que a veces son lo peor del tema (muy bueno el ejemplo de Little Boots), pero también creo que son necesarias porque proporcionan uno de los mayores placeres asociados a la música: tararear.

    Se puede tararear una línea de bajo, es cierto (en los conciertos de Metronomy hay ejemplos), pero tararear una línea vocal es mucho más satisfactorio por una simple razón: sabes que está hecha para ti. Para ti como instrumento.

    La voz es el espacio que la canción te reserva para que, si quieres, participes.

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    1. Si yo la voz humana la aprecio: pero muchos (pondría decenas de ejemplos) de los discos en que se encastra para darle accesibilidad a la música y convertirla en canción, acaban mal. Lo de Little Boots: me dan ganas de darle un sopapo a la tonta esta, mala imitadora de malas cantantes, pero a Tim Goldsworthy, mitad de DFA, mitad de LCD Soundsystem, por ponerse a producir semejante porquería, ya no sé lo que le hacía. De lo peor que he oído.

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