dissabte, 18 d’agost del 2012

LA COMISARIA

Claro que hay menos luz: hay que ahorrar, narices. Pero lo que no sabe la de la recepción de la planta es que haber conservado algunos de los espejos transparentes de las antiguas salas de interrogatorio tiene ese efecto: se ve poca luz en algunas salas y en muchos pasillos. Nosotros, los de dentro, observamos a los que vienen de fuera.
La de la recepción es la señora Concha: la de veces que le hemos recordado las risas que habría con su nombre si se fuese a Sudamérica. Pero entonces, dice, se haría llamar Concepción. Manolo, que es idiota, se puso a buscar un nombre propio argentino, o uruguayo, del que pudiéramos reírnos aquí, pero perdió el tiempo. Pierde mucho tiempo el cabrón. Le dijo a la señora Concha que al final lo conseguiría, pero ella ni se molesta en recordarle esa estúpida promesa. 

-Para rato voy yo a Argentina, y menos ahora,que me han atrasado la edad de jubilarme. 

Y era así: otra fase de recortes había llevado al traste con su plan de prejubilarse en dos años, cuando cumpliese los 60 y sus tres hijos, apoltronados perpetuamente en casa, cerrando estratégicamente las puertas de sus habitaciones cuando les apetecía follar con alguna de las chicas que subían, decidieran emanciparse y darle nietos a los que venerar. El nuevo plan, entonces, era que esa situación se eternizaría: los gritos ahogados de las novias eventuales, sus trabajos también eventuales, el despertador, y su ir arriba y abajo de los pasillos llamando a los despachos para avisar que había algún asunto que atender. El nuevo plan era alargar el viejo plan: olvidar viajes a Argentina y responder con sonrisa hipócrita cada vez que Manolo le venía con el mismo rollo.

-Ya se enterarán esos argentinos: no van a dominar el mundo riéndose de nuestros nombres: pronto encontraré algo para poder reírnos nosotros.

Los espejos de las salas de los interrogatorios. Yo miraba a través de uno cuando apareció ella con el papel. 

-Señor comisario: el hombre de ahí fuera viene con este papel. C-001.

-La puta. Este no era el trato.

-¿Señor comisario?

-Déjeme que le vea desde los cristales un momento. Espere aquí.

Crucé puerta tras puerta de despachos semi-vacíos procurando no hacer demasiado ruido. Llegué hasta el despacho que daba a la recepción de la planta. Menudo pájaro. Agotado, sudoroso, se agarraba a una ridícula carpeta que parecía la de los niños de primaria del colegio de mis hijos. Casi la usaba para airearse un poco, pero al poco paraba como para mostrarle respeto. Imposible. No habían desmontado la unidad y destinado a todos sus integrantes a las tareas más banales y estúpidas para que tuviéramos que conformarnos con atender a un tipo así. Ya lo sé: nadie lleva gabardinas con el cuello subido en verano. Nadie lleva chaquetas bajo las cuales se adivinan bultos sospechosos. No aquí ni ahora.

-Concha, por favor - dije tras regresar a mi despacho, casi pisando huevos - dele cualquier impreso que tengamos y que lo rellene con el motivo de su denuncia. Hágale ver que estamos muy interesados, pídale varias veces que ponga cualquier dato que nos sirva para contactarle. Téngalo un rato, dele muchas veces las gracias y consiga que se largue.

2 comentaris:

  1. Este tuvo aún más ese tono policíaco que me gusta. Será porque está narrado desde la perspectiva de un comisario?
    Se viene bien la cosa, Francesc.
    Acá en Ecuador, a la señora se le diría Conchita y aunque es también digno de unas cuántas bromas, estamos más acostumbrados a ese diminutivo.

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    Respostes
    1. Ecuador !! en el ojo del huracán con lo de Assange. Sí, parece que el tono se haya vuelto algo policiaco, y ya veremos que le pasa a nuestro hombre, al cual he de buscarle un nombre y unos apellidos.

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