dimecres, 4 de juliol del 2012

LA OBEDIENCIA DEBIDA

Cómo me recuerdan estas palabras a los argumentos de los sicarios de todas las dictaduras habidas.  Y que internet y las redes sociales y esta especie de diálogo global en que todo está deviniendo no acabe de convencer a las multitudes sobre lo de nacer libres e iguales y descabalgar nuestras respectivas sociedades de las jerarquías. Excepto aquellas exóticamente auto-impuestas. Esta va a ser la primera entrada de una serie de entradas que durará poco: justo lo que dure esta estancia mía en un lugar de la costa catalana. De hecho, saldra retrasada, saldrá corta e inacabada, saldrá mal pero saldrá porque las cosas no hay que retocarlas en exceso. Caos vital, pues ahí lo tenéis.
Tomo posesión de un lugar relativamente privilegiado por el sol: los extranjeros de piel blanca y ojos claros me miran con una mezcla de agresividad y búsqueda de compasión: como si yo no tuviese bastante sol a lo largo del año y los estuviera despojando de la magia de esos días. La cosa queda casi siempre en eso, pues yo los ignoro algo maliciosamente y ellos ni contemplan la posibilidad de que pueda atenderles en sus idiomas. Alemán, holandés, rumano, quizás sueco. Cómo pudo alguien pretender constituir una Europa unida sin empezar por lo fundamental: algo cultural que nos uniera y cohesionara mínimamente. Mentes cuadriculadas: pensaron, en términos económicos por delante de los culturales (y muchos otros) que la argamasa unificadora de una moneda sería suficiente. Si un continente como América no lo ha conseguido, con apenas tres idiomas dominantes, imaginad Europa. En fín: no hablo del tema. Por desgracia soy nativo en un idioma minoritario, ergo, destinado a ser aplastado cual insecto en el momento que los grandes políticos establezcan que el mejor paso hacia la unidad es elegir un idioma mayoritario e imponerlo en aras de una idea absurda. Romántica, pero absurda. Lo cual es, casi, una reiteración. Aquí estoy, pues, como alguna canción diría. Siguiendo varios sabios consejos sobre lecturas, que sazono con mi instinto: empiezo con Patricia Highsmith, escritora y de novela policíaca, como para dinamitar dos estigmas de una sola vez. Pero mi cuerpo no acompaña demasiado: las páginas cuestan y las interrupciones proliferan, tanto las externas como las autoinducidas. Mejor: ahora ya asociaré a la Highsmith con las interminables partidas de ping-pong y la Coca-Cola de máquina imbebible (pero a pesar de todo, refrescante) que sirven para evitar que nos fundamos con el plástico de la hamaca.

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