dissabte, 2 d’agost del 2014

AL DESCUBIERTO


Pujol lee: no todos seremos iguales, claro, pero a mí ciertas situaciones me impiden concentrarme en la lectura. Por poner un ejemplo, en la situación en la que se encuentra él, a mí me sería imposible avanzar una sola línea en cualquier libro que requiriera la más mínima atención. Pero claro, no todos somos iguales, ya lo he dicho un par de líneas antes. Puede ser que Pujol disponga de tal capacidad de abstracción que la inmersión en la lectura (no soy capaz de distinguir el libro que lee, por eso) opere el efecto de hacerle olvidar la realidad en la que se encuentra, realidad que, ya que estamos, se ha buscado a conciencia. No jodamos. Llegado este punto, he de confesar que todo lo que precede era un mero preámbulo. Pujol no sufre, Pujol no se avergüenza de lo que hizo, Pujol piensa que los políticos y sus sacrificios por la comunidad nunca están suficientemente bien pagados, piensa que son seres superiores con derecho a todo, incluyendo en ese todo, por supuesto, aprovecharse de su cargo para meter mano en todos los bolsillos, sin excepción, coaccionar activa y pasivamente para beneficiar a su familia, y luego considerarnos a todos unos botarates aludiendo cualquier descabellada explicación y pensando que con eso queda todo zanjado.
Pujol lee,en una de las estancias de una de las casas que cualquiera de sus numerosos hijos (recordemos: Marta Ferrusola presente en Roma en la canonización de Escrivá de Balaguer) posee en una comarca catalana del Pirineo más chic. Casas caras, casas de esas que se decoran y aparecen en las revistas, casas en cuya adquisición seguramente todos los catalanes hemos aportado algo de dinero. No hay duda.
Y Pujol lee porque no siente que tenga más problema que el afrontar un par de veces preguntas que serán inquisitivas, pero no tanto (seguro que ese día señalado sus asesores le solicitarán que deje bien visible y patente ese rostro de párpados hinchados, manchas de vejez y surcos para configurar una imagen de anciano desolado), y que con esas comparecencias, habida cuenta de que su avanzada edad le impedirá ingresar en prisión si, cosa sumamente improbable, las fechorías que puedan ser demostradas acaban constituyendo un ílícito penal, con esas comparecencias, repito que me pierdo, la cosa quedará finiquitada y, como mucho echará cuentas de lo que, a sus 84 años, le queda por vivir. Y se repetirá que ha valido la pena. Que los niños están colocados y que ya se encargará el tiempo de borrar los rastros de sus abusos.
Pujol tiene la desfachatez de leer relajado, un libro que podría ser una biografía o un ensayo (lecturas que suelen ser frecuentes en los políticos, entre los cuales no queda bien entregarse al escape de la ficción), de leer con pose atenta porque sabe que, alejado de los focos, su vida no va a cambiar gran cosa. Sabe que lo único que ha cambiado es el número de las personas que le insultan, que los motivos han variado algo, pero, en su fuero interno, no piensa que haya hecho nada más mal que otros.
Está tranquilo, señores. Yo me desgañito en Twitter deseando a CiU un desmenuzamiento tan profundo e irreversible como el del PSC, y él seguro que hoy duerme como un bebé. Yo me sobreexcito pensando en a qué coño espera Mas para dimitir y dejar de acaudillar un proceso en el que ya no tiene una representación mayoritaria, pues el remate de CiU sería solo el colofón, en Catalunya, de un proceso donde las tres grandes fuerzas de toda la vida (CiU, PSC y PP) deberían ser barridas de las urnas y postergadas, de ser posible, para no volver nunca jamás.

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