dimarts, 29 de novembre del 2011

UNIVERSIDADES

Cumplí exorcizando ciertos fantasmas. Ya dije lo mal que me sabía, y mi sensación de culpabilidad o complicidad o responsabilidad en todo lo que pasaba con las tiendas de discos. Muy concretamente, lo que había pasado con Discos Castelló. En cierta época dorada (la que llamaríamos antes de las descargas P2P), la cadena se permitía hasta el lujo de editar una pequeña revista de promoción, en la que algunos de los propios empleados daban rienda suelta a una cierta vena crítica. La tienda era un bullidero, el que no se espabilaba se quedaba sin la novedad de la semana (las importaciones disponían de pocas copias), y los que somos auténticos yonkies de la música siempre acabamos pensando que el disco que de verdad cambiará nuestra vida va a ser el próximo que compremos. Vaya, esta frase me ha salido en un muy significativo presente. Aún somos yonkies, pero ese escenario de la tienda, del cajón en el que remover, se ha perdido. Como muchas cosas que se pierden, no habrá manera de encontrarlo.
Precisamente recuerdo, de uno de esas pequeñas revistas, una frase promocional que me encantó, aunque no sé reproducirla exactamente: algo así como que la colección de discos de una persona era una especie de historia vital que iba tomando forma. Imposible recordar exactamente las palabras pero, en ese momento (hará unos 10 años) no podía estar más de acuerdo. Elegías los discos y tu colección era única, te definía y era tu escaparate ante los demás (a los que se la enseñabas orgulloso). Hoy todos tenemos toda la música que queramos. Mírate mi HDD y encontrarás lo que no te imaginas. Si existe y es medio bueno, lo tengo. 
Entonces mi trayectoria como coleccionista queda definida en tres fases : la integrista de vinilo, la no tan integrista pero más práctica de CD, y el desmadre del mp3.  1976-1990 / 1991-2006/ 2007-hoy. Plagadas de errores, de despistes monumentales y no tanto. De piezas que escondes en el trastero porque tú no tiras casi nada, pero que ni de coña querrías que nadie viera.
Acto de contricción de la primera fase : Ritchie Family. Los Bros. Johnny hates jazz. That petrol emotion. Nasty rox incorporated. Shamen. Soho. Yargo.
Acto de contricción de la segunda fase : Finitribe. Unmen. The Prodigy. Tyrell Corporation (comprados dos discos por el mero hecho de tomar su nombre de Blade Runner). Paris angels. Oui 3.
No hay acto de contricción en la tercera fase : el botón supr y las simas de los discos de más de 1 Tb. son ya suficiente castigo.

El título : caí el otro día por casualidad (si es que existen las casualidades) en el artículo de Wikipedia sobre The Sopranos. Hace más de tres años que me zampé las seis temporadas. Luego fui a por The Wire, no comento nada, luego a por The Shield, que no caló en mí de la misma manera. Leyendo el artículo, extenso y detallado y lleno de anecdotario sobre la serie y sus personajes y los actores, tuve dos sensaciones algo contrapuestas. Que soy lo suficientemente joven para poder volver a verla y ser capaz de hacer nuevos hallazgos, claro que sí. Pero que soy lo suficientemente mayor (he tachado viejo, mentalmente) para sentir cierta nostalgia de esa fase en que la vi de forma compulsiva. Acarreando tras de mí, por casa, un reproductor de DVD portátil que me volvía loco pues a veces los DVD no respetaban el orden real de los capítulos (leyenda urbana propia: mantengo la impresión de haberme perdido uno enterito por culpa de esta circunstancia). Esperando a tener una hora libre para desaparecer completamente y zambullirme.
Acometí ver esa serie con un cierto temor: me producía cierto respeto que cierta gratuidad en la violencia, o su simple profusión por doquier, me impresionaran. No me gusta la exhibición de crueldad. Ví que eso carecía de sentido, aunque hubo hechos que recuerdo y que, la magia de la ficción de alto octanaje, lamenté. La paliza mortal a la stripper embarazada. El rata que pide que no le disparen en la cara. El fín de semana en el terreno plantado de cadáveres. La muerte de la novia de Chris Moltisanti. La propia muerte de Chris Moltisanti. Debido al momento justo de mi existencia en que esto del blog se me ha ocurrido, no he sido justo con The Sopranos. Claro que tampoco he sido justo con los Depeche Mode, o con los Pet Shop Boys. Ver esa serie ha sido, al ladito de la experiencia de volver a la alta literatura gracias a Bolaño, por poner un ejemplo claro, la recuperación (despues de tanto cine flojo y desleído cautivo del taquillaje) de la fe ciega en la cultura visual y sus posibilidades. La constatación de que, por encima de ensayos y estudios sobre la realidad de los hechos de esta jodida especie humana, la ficción, la pura ficción inventada y salida de la mente de un (o muchos) creador, puede aportarle a uno cosas muy serias sobre la existencia. Palmando por segunda vez con la emotividad, debo dar las gracias a Tony.



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