dissabte, 22 d’octubre del 2011

EL SALMON

Qué sería de muchos de nosotros sin la discordia. Desproporcionado como es el otorgarle mérito a algo consistente en esperar la reacción de muchos en un sentido, para contrarrestarla visceralmente hacia el otro, sin reparar en medios, ni en víctimas, sin tomar prisioneros.
Así que estoy seguro que, si esto lo leyera más gente, pronto alguna voz se alzaría disidente y diría que no, que Biophilia no es tan mal disco, que algunas de sus canciones son hallazgos que integran polifonía, o ritmos quebradizos, o armonías vocales solo al alcance de quien sea capaz de comprenderlas. Que esa capacidad sea una virtud corriente ya es harina de otro costal, pero la artista, y olvidé las mayúsculas, no tiene la culpa. Para eso está la libertad creativa a la que uno accede, no sin antes tragar muchos sapos.
Además, ví la película que Houellebecq dirigió adaptando su propia novela, La posibilidad de una isla. Y qué clase de película podía salir de adaptar un libro tan ambicioso y tan panorámico, qué difícil iba a ser evitar lo megalomaníaco, lo pretencioso, como el exceso de afectación propio de una persona en su intimidad, qué es inevitable que parezca ridículo ante una cámara. Me pregunto los motivos de suprimir todo el sexo del libro, que le hubiese aportado un nada despreciable tirón polémico o, cuando menos, un mínimo de excitación, enfermiza o no, para el espectador. Pero se centró en esa especie de metafísica barata y soleada, y a Houellebecq le salió una porquería de película de la que uno no puede menos que reirse, pues aquí no puede apelarse a aquello de los directores que, cual prima-donnas, se apropian de tu obra y hacen con ella lo que les sale de las narices. La crítica francesa, quizás cansada de no encontrar pretextos para ensañarse con su genio literario, despedazó, y con razón, la película.
Pues bien, siempre encontraríamos a alguien dispuesto a justificar tal desmán, en función de contextos y circunstancias. No yo, desde luego. A Houellebecq le imploro tanto que no deje de escribir como que ceda el tema de dirigir cine a quien sea, a cualquiera.

Me llamo Carlos G. Gorostiza.
La G. es por Gutiérrez. Nací en Terrassa hace unos 40 años. No me hagáis decir cuantos. Llevo unos tres años en prisión. Ocurrió aquello que no debería pasar, pero pasa. Años atrás acepté aportar mi nombre como testaferro en varios negocios poco claros de la empresa en que trabajaba. Claro que cobré por ello, fue un buen dinero, de qué creéis que vive ahora mi mujer y mi hijo. Puse el nombre, recibí el paquete, ya sabía que algo así podía pasarme, no dicen que hay que arriesgar para ganar ?. Yo ni lo perdí todo ni lo gané, pero aquí me tenéis. Me podrían haber ayudado algo más, claro. Pero la crisis, chicos, que ya entonces asomaba su alargado hocico, hizo que todo se complicara, ya sabes, la gente se pone nerviosa y quien debería estar callado habla. Yo no. Yo callé y cumplí y por eso ahora estoy en esta celda escribiendo con un lapicero en un cuaderno a medio usar. El tiempo pasa lentamente pero ya pasará. 
Mi madre nació en Pamplona y conoció a mi padre cuando hizo el servicio militar allí. De ahí este apellido mío, que últimamente me ha ayudado. Ahora mi madre está al cuidado de mi hermano Ignacio. Bueno, él prefiere que le llamen Nacho, pero me hubiese ido mejor que se llamara Iñaki. Era ayudante de escaparatista y ahora no hace nada. Cuando se hartó y me dijo que cuidar a nuestra madre no era algo sencillo decidí ofrecerle algo de dinero por hacerlo. Me miró con cara de sorprendido, sus ojos decían de dónde saldrá el dinero, hermano, pero decidió, como muchas veces, no preguntar. Es homosexual y lo de guardar secretos es algo en lo que tiene bastante práctica. A mi madre, que ya no se entera mucho, le dijo que me salió un trabajo muy lejos, como en China o así. 
En esta cárcel hay un grupo de presos de ETA. No son muchos, pero andaban juntos a todos lados, recibían buen trato y no se metían en asuntos de los propios de aquí. Ni drogas ni  navajas ni movidas raras. Ya dije que mi apellido me había ayudado. Me acerqué a ellos a los pocos días de llegar. Son un grupo cerrado, pero al fín y al cabo no eran tantos, y me acogieron, me dejaban unirme a ellos, en la mesa del comedor, en el grupo del patio. Mi aspecto me ayudó. Tengo una mandíbula fuerte y una nariz algo aguileña. Aquí todos han acabado pensando que yo era uno más de ellos. A los guardias les dio igual y no pusieron tesón en desmentir el bulo. Jamás poníamos problemas, ninguno, hablábamos de nuestras cosas, leíamos algún libro, ayudábamos en lo que podíamos. A punto estuve de pedirle a alguno que me enseñase algo de euskera, pero pensé que igual era ya pasarse.
Ahora estoy preocupado. Dicen que ETA ha dicho que lo deja correr, que ya hay bastante. Joder, podrían haber esperado unos meses. Qué haré yo solo aquí, a merced de los grupos que quedan. Que si latinos, que si marroquíes, que si los narcos. Ahora piensan que yo estoy con ellos, qué pensarán cuando vean que los van liberando a todos, a base de negociaciones y de cartas de arrepentimiento y de acuerdos políticos, y yo me quedo aquí, me daría igual que solo, aguantaría, pero desamparado. 

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